Era lo que se dice un hombre de mundo. Por cierto muy ordenado, entretenía su tiempo clasificando sombras del pasado. Con el celo de un aduanero honesto, controlaba su ingreso y rechazaba todas las que no fueran gratas. Las admitidas permanecían en una sala de espera hasta que las clasificara, según su paradigma personal, como posiblemente gratas, gratas, muy gratas y pecaminosas.