La expectativas de los otros suelen comportar una arquitectura colectiva y coercitiva, no pocas veces cruel. Suelen llegar hasta el umbral de la muerte, con el celo de un gendarme. No es fácil convivir con ese deshumanizado vigilador que nos recuerda a cada momento que no somos lo que deberíamos ser, ni hacemos lo que deberíamos hacer. El transcurso del tiempo agrava esta tensión, a punto de aparecer la vejez como una omisión más, pues uno debería saber morirse a tiempo. De lo contrario tendrá que convivir con ese cadáver que no se supo ser.