El Galeote

Soy un ladrón. Mas un ladrón sin suerte.
Aferrado a la cruz de esta madera,
busco en vano algún Dios. Si al menos viera
que estás Jesús, al lado de mi muerte.

Otro fue el buen ladrón que pudo verte.
En cambio, yo padezco esta Galera,
duro presidio en mar, letal manera
del perpetuo remar. Temo perderte.

Mi cuerpo es una larga herida abierta
que el látigo renueva en la marea.
Ya no me duele, sólo me despierta

cuando mi tosca lengua de galeote,
entre sueños le dice a Dulcinea:
“Yo soy aquél que liberó el Quijote…”

El Verdugo

Si no fuiste inmortal, como presiento,
primerizo serás para tu muerte.
Seré la comadrona en esta suerte
de oscuro y regresivo alumbramiento.

Repliégate en tu ombligo, primo asiento,
pues vuelves a la Nada, donde inerte
serás el viejo origen que se invierte
hacia el polvo final que espera el viento.

Has de sufrir en esta despedida,
como al nacer. Por su misión macabra,
es mi segur, un arma aborrecida.

Mas, cuando el hacha la garganta te abra,
podrás ver el reverso de la vida
en la raíz de tu postrer palabra.

El Pirata

¿Dónde estará el audaz filibustero
que prodigaba el crimen por los mares,
con la cabeza oculta en los lunares
de su pañuelo tosco y marinero?

No sé si por buscar, aventurero,
de algún perdido lar, los lupanares,
se hundió con sus tatuajes y collares,
y entre corales duerme prisionero.

Defenderá, tal vez, su calavera
algún bastión corsario. Su constancia
confundirá la muerte verdadera.

O acaso lo proteja mi manera
de no poder vencer tanta distancia,
y navegar con él, como en la infancia.