Publicado en en la revista de la especialización penal “Intercambios”, UNLP, www..jursoc.unlp.edu.ar
Este título intenta exhibir algunas piezas cazadas por un viejo lector que desprecia el mal llamado deporte de la caza, por lo que habituado a morar bien lejos de las armas que siempre lo han alarmado, gusta apuntar con sus lápices hacia aquellos pensamientos que son movilizadores del pensar.
Es sabido que los cazadores prefieren ir a lo seguro, escopeta al hombro, escogiendo los parajes que habitualmente albergan a sus buscadas víctimas, las que, por cierta familiaridad semántica, también se las llama “presas “. Pero, esta razonable estrategia no es recomendable para nuestro propósito, pues en el terreno de las ideas ir a lo seguro nos somete a la rutinaria visión dada por una óptica mezquina. Poco avanzará la reflexión de un especialista si se limita a buscar sólo lo que tiene a la vista en el recortado coto de su especialidad, se trate tanto de la dogmática como de la criminología. A la corta o a la larga la rutina empobrece el pensamiento del lector, aunque las respectivas obras especializadas no repitan los acostumbrados refritos. El buen penalista debe alejarse, sin miedo a la dispersión, más allá de los arrabales de cualquier especialidad y transitar por los parajes más alejados para descubrir ideas y experimentar vivencias.
Si se anima a esta aventura del espíritu es posible que todo su “saber penal” quede intelectual y emocionalmente conmovido, por el parlamento de un actor en el teatro, un poema, alguna canción, o tan sólo por una imagen contenida en un cuadro, fotografía, film o grabado. Es también posible que la reflexión nazca al contemplar un epitafio o simplemente un graffiti. Sería grave necedad rechazar tales fuentes del saber por prejuicios academicistas.
He sugerido siempre a los estudiantes que abran, de par en par, las puertas de su percepción, no para abandonar el método dogmático del estudio del derecho vigente, sino precisamente para enriquecer la comprensión de quien lo emplea, pues el concreto acto interpretativo de la ley penal estará condenado a ser valorativamente pobre, si el intérprete es culturalmente pobre. Leer, oír, mirar, interrogar e interrogarse, son las distintas modalidades de este reflexionar abierto, que siempre debe ejercerse con los pies en la tierra, lo que en buen romance significa que el análisis debe preceder a la síntesis, pero no abortarla. En tal sentido para el estudioso de la problemática penal vale el siguiente consejo (he aquí, nuestra primera “presa”):
“El que cree saber, ha creado en sí una muerte. Saber es en el hombre un estado de relación con una ignorancia anterior. Todo saber adquirido como conocimiento transitorio, se modifica por una duda y llega a ser una ignorancia de la cual se parte hacia un conocimiento futuro. El que acopla los saberes transitorios como inamovibles, va osificando poco a poco su inteligencia hasta llegar a una completa incapacidad de comprender y se convierte en un más o menos ameno predicador de verdades-lastre…. Los que creen en las verdades definitivamente adquiridas matan la vida del pensamiento. Los que en cambio no admiten sino verdades del momento, crean a la inteligencia una razón de vivir.” 1
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