El iracundo guante emprende vuelo
para golpear el rostro del ultraje,
hasta caer, al termino del viaje,
con el honor rodando por el suelo.
Quien los levante irá por su consuelo,
tras esa farsa de los negros trajes,
del saludo cortés y los mensajes,
que en su doble dolor ya finge el duelo.
Cuando la ofensa quite del carruaje
las armas que pusieron los padrinos
y el lastimado honor, cruel equipaje,
los disparos dirán, por su destino,
si en este crimen de hombres, el coraje
fue miedo al que dirán. Pudor mezquino.