Soy un ladrón. Mas un ladrón sin suerte.
Aferrado a la cruz de esta madera,
busco en vano algún Dios. Si al menos viera
que estás Jesús, al lado de mi muerte.
Otro fue el buen ladrón que pudo verte.
En cambio, yo padezco esta Galera,
duro presidio en mar, letal manera
del perpetuo remar. Temo perderte.
Mi cuerpo es una larga herida abierta
que el látigo renueva en la marea.
Ya no me duele, sólo me despierta
cuando mi tosca lengua de galeote,
entre sueños le dice a Dulcinea:
“Yo soy aquél que liberó el Quijote…”