No quiso transigir con la evidencia
que suele conformar a los mortales,
pues supo que las cosas esenciales,
se ocultan por detrás de la apariencia.
Tampoco convencido por la ciencia
fraguada por Pitágoras y Tales,
supuso que a sus fábulas formales
faltaba del placer toda experiencia.
Quería comprender, sin el teorema.
Dejaba al silogismo que se encierra
en Bárbara y Celarent, su dilema.
Y esperó seducir, aquí en la tierra,
no lejos del jardín de las delicias,
a la Verdad desnuda, entre caricias.