Con tu pezón de luz,
cuando amamantas
en la oscura orfandad de la tiniebla
a la boca del día,
dulce meces
al mundo adormecido en tu regazo.
Con tu cálido afán
de tierna madre,
callado el ruiseñor,
triste la alondra,
le pides al sereno de la noche,
que acomode el silencio
en toda pausa.
Sin embargo,
se quedan pensantes
el búho, por ejemplo, y el poeta
compañeros de vigilia,
habitantes
del país del asombro,
larga infancia
donde pueden confiarse los secretos
que la Luna les cuenta a la distancia.