Estás en la trastienda de la vida,
en la esperanza absurda del adiós,
en la memoria frágil que me olvida
y en los silencios cómplices de Dios.
Te siento en el costado de la herida,
en las raíces mismas de mi voz,
en el andén de cada despedida
y en el común destino de los dos.
A veces me parece un tanto vana
esta amistad vacía, tierna amiga.
Mas, sé que eres leal y nos hermana
no sólo el devenir que nos hostiga,
sino la comunión de nuestra suerte,
pues solo moriré. No he de perderte.