La recuerdo cachorra, con su gran cabezota,
llevando entre los dientes, una ramita rota,
habitando el asombro del primer desconsuelo
por correr las palomas, sin compartir su vuelo,
En sus pupilas pardas, desde la lejanía
le dio una abuela loba, cierta melancolía.
Mas, puso en la erizada liturgia del pelaje
precoces y puntuales, los gestos del coraje.
Tenía las orejas volcadas, todavía
y un chaplinesco andar. A veces, parecía
que nuestra perra niña, pastora sin ovejas,
arreaba junto al viento, rebaños de hojas viejas.